En el pleno del Ayuntamiento de Valladolid del 14 de diciembre de 2011 un concejal de la corporación municipal pronunció una desafortunada frase: “de Maputo, honestamente, creo que no tenemos mucho que aprender”.

Que un representante de la ciudadanía exprese una opinión así, en medio de un debate público, resulta muy preocupante y especialmente en los tiempos que corren.

Maputo es la capital de Mozambique, un país que tras demasiados años de guerra, animada como casi todas las guerras del Sur por las potencias del Norte, está tratando de salir adelante. Informes del Banco Mundial lo situan, junto a Vietnam, como uno de los países que está consiguiendo reducir las enormes tasas de pobreza y analfabetismo que sufrían. Y ello, a pesar de ser un país importador de petróleo. La mortalidad infantil ha disminuido, aunque todavía se encuentra en niveles demasiado altos, y las matrículas escolares han aumentado.

Mozambique ha sido beneficiario de las iniciativas de alivio de la deuda, una deuda externa que ahogaba sus posibilidades de desarrollo. Bajo el liderazgo de su gobierno, democráticamente elegido, los donantes se han coordinado para proporcionar apoyo presupuestario directo: es decir, aportar directamente fondos a su presupuesto público, no a proyectos concretos, pequeños o grandes, sino a su presupuesto estatal, en el marco de una estrategia de lucha contra la pobreza elaborada por el gobierno. La prioridad del gasto público ha sido pues la reducción de la pobreza a través de los programas sociales. Y la renegociación de la deuda.

Podríamos aprender mucho del Sur, de la capacidad de resistencia, de la alegría de sus gentes cuando celebran, de la energía y la ternura con la que las mujeres alimentan a sus familias, de los esfuerzos que a diario millones de niñas y niños realizan para poder acudir a la escuela, del cuidado con el que se atiende la tierra, conscientes de que los papeles de colores a los que tanto valor damos en el Norte, no se comen.

Y podríamos aprender también, de ciudadanos y ciudadanas, parlamentos y gobiernos, que un día resolvieron que las deudas que les estrangulaban eran odiosas e ilegítimas. Y decidieron no pagar. Y siguieron adelante.

Como mínimo, de los habitantes de Maputo podríamos aprender a bailar. Y no es baladí. En medio de una crisis financiera, antesala de una crisis climática y energética global que va a cuestionar los cimientos mismos de nuestra sociedad, y atenazados por una sensación generalizada de miedo y angustia, bailar, cantar,  celebrar, soñar, reir, y de esta manera, imaginar soluciones alternativas solidarias, creativas y humanas, puede ser la única manera de encontrar un rumbo nuevo hacia el que encaminar nuestros pasos.

Carmen Duce Diaz

Valladolid, 8 de enero de 2012

Anexo para ver y escuchar:

Companhia Nacional de Canto e Dança de Moçambique

capoeira

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