Aquellos pocos que llevamos años pensando que el colapso es inevitable y cercano en el tiempo (si no lo tiene claro, este post no le es útil) estamos en disposición de pensar sobre la conveniencia de su profundidad, rapidez y momento en que empiece a ser evidente al menos para una minoría “amplia” (mientras escribía el borrador de este post Ugo Bardi ha escrito algo parecido, me ha resultado curioso).

Defender que el colapso comience pronto es muy fácil y ya se hizo hace tiempo desde “Los límites del crecimiento”: cuanto más se resiste un sistema en crecimiento en caer “más dura resulta la caída” porque va desde más arriba y porque el sobrepasamiento habrá sido mayor y durante más tiempo, por lo que los daños sobre los ecosistemas soporte y sobre las “sociedades y cultura” soportes, son mayores y los nuevos límites terminan más “abajo”. Podemos verlo por cómo están siendo las reacciones de las élites y de la sociedad a la “trinza”: energía-clima-biodiversidad.

Ante la primera gran crisis energética por el pico del petróleo, nos estamos resistiendo a “hincar la rodilla” a base de biocarburantes, carbón, fracking, guerras, exclusión de la tarta económica, etc., medidas que hacen aún más frágil el sistema energético y social y que realimentan el caos climático y la extinción de poblaciones y especies. Mientras nos resistimos, van muriendo las gentes que “saben de todo” (arreglar zapatos, cultivar, construir una casa…) y los jóvenes van convirtiéndose en la generación peor preparada de la historia, sin resistencia ni resiliencia (salvo las que dan la pura juventud).

Perdimos la 1ª oportunidad de colapsar, con cierto orden, en la crisis del 2008-09, aunque creo que la ultima oportunidad de colapso “bueno” la perdimos tras las contrarreformas a las resistencias de Mayo del 68 y las crisis de los 70s del petróleo, que lejos de ser aprovechadas de verdad sufrieron un contraataque de las élites (del Imperio diría un fan de la Guerra de las Galaxias) que tuvo éxito durante las tres décadas siguientes.

Ahora, en 2015-16, tenemos la 2ª oportunidad de colapsar con aún menores probabilidades de hacerlo bien. Sinceramente espero que estos años inicien un bucle de descenso rápido, porque si no, habrá significado que hemos sido capaces de tensar aún más la cuerda, no sé si con una extensión del fracking a escala global o una mezcla de viejas y nuevas locuras. No lo creo y creo que esta vez es “la definitiva” y mi miedo es a que ese colapso relativamente rápido, e insisto, inevitable, comience un poco más tarde o trate de ser frenado por la “tecnología adecuada”.

Los colapsistas tendemos a pensar en cómo hacer para colapsar mejor, en como descender con cierto orden y a un estado que evite las cavernas o los escenarios que denominamos tipo Mad Max. Argumentamos que los no colapsistas –los que nos acusan de catastrofistas cuando se dignan en discutir con nosotros- son los que nos llevan precisamente a las cavernas o incluso a la extinción; son ellos los catastrófilos. Nos empuja un humanismo profundo (o por lo menos a muchos de los que conozco).

Pero muchos de entre nosotros creen que el colapso no debe ser demasiado rápido porque eso lo haría demasiado profundo.

Durán y Reyes lo argumentan bien en el último capítulo de su imprescindible “La espiral de la energía”.

Desde el punto de vista tecnológico el debate no es sencillo: ¿qué hacer con la agricultura ecológica, con las nuevas renovables o la arquitectura bioclimática? ¿Qué si son capaces de mantener más población si lo hacen con mayor impacto que tecnologías mucho más “bajas” tras un relativo fuerte colapso? ¿Y si esas transiciones tecnológicas hacen aguantar más la caída pero la profundizan?

Voy a defender aquí, sin excesivo convencimiento dada la complejidad del tema, la postura de que necesitamos un colapso rápido y bastante profundo para evitar las cavernas o la extinción humana. La apuesta es altísima pues.

La realimentación Caos climático-6ª extinción masiva, puede ser “mortal”. Si el caos climático va a ser más rápido de lo que proyectan nuestros modelos aunque emitamos menos de lo que proyectan esos mismos modelos, los efectos sobre la biodiversidad pueden llevarnos, casi seguro ya, a extinciones mayores del 25% de las especies, incluso superiores al 50% no son descartables (a pesar del pico de las fósiles por motivos geológicos). Esas extinciones suponen una debacle previa de las poblaciones animales y vegetales de más del 50% o de más del 80% (sobre una merma anterior del 50% de poblaciones terrestres), lo que implicaría unas realimentaciones brutales sobre los sistemas humanos que nos llevarían a las cavernas (si no a la extinción) y quizás, durante decenas de miles de años no saldríamos de “civilizaciones tribales” con muy baja población humana y un permanente riesgo de extinción, como en los comienzos del género Homo.

Además, la recuperación de Gaia tardaría algunos millones de años, tiempo en el que la pérdida de control que ésta ejerce sobre el clima prácticamente desaparecería. En realidad habría un disparo de realimentaciones positivas entre:

La catástrofe total podría ocurrir si hacemos una transición “lenta”, o bien porque mantenemos, aunque sea regionalmente, altos consumos, o bien porque la población desciende lentamente mientras sigue depredando bosques, mares, etc. (véase la encrucijada energética, etc.). Es interesante recordar que en la última extinción masiva, que extinguió 2/3 de las especies, la de los dinosaurios, acabó con prácticamente el 100% de las especies terrestres grandes –de más de 45 Kg-, el Homo sapiens no habría sobrevivido de haber estado allí, y el Homo technologicus menos).

La gráfica siguiente  representa dos posibles salidas de un sistema que ha sobrepasado sus límites en función del tiempo (cualquier otra salida posible será una variación de ellas):

Tarde o temprano debe haber un ajuste a través de un colapso (rojo) o una transición/colapso (verde). En la gráfica representamos en rojo (línea continua) un colapso rápido que se queda también rápidamente por debajo de sus límites (línea discontinua roja); el límite tiende a ser erosionado una vez iniciado el sobrepasamiento y su recuperación es lenta a escala humana. En verde representamos una transición/colapso más lentos pero que terminan a largo plazo en un nivel muy inferior o en la extinción del sistema (el cambio de sistema también es muy lento por los mitos culturales que habría que vencer, por lo que el sistema tarda en aprender a ajustarse demasiado tiempo y se sobrepasan puntos de no retorno, sea de clima, sea de extinción, sea de sorpresas desconocidas).

Así, cuando doy unos límites tecnológicos bastante bajos para las energías renovables (a decir de algunos, pues hablamos de unos 4-6 TW eléctricos), de llevarlos a cabo, los modelos tienden a ralentizar el descenso y a alargarlo; si los sobrepasáramos, porque mis estimaciones son erróneas, la cosa iría a largo plazo aún peor, por lo que hoy pienso que lo que fueron unos cálculos desagradables de comunicar se han convertido en mi fuero interno en una buena noticia: las nuevas renovables no jugarán un papel relevante “positivo” en la transición/colapso, al igual que no lo hará la fisión nuclear (en todo caso, será mucho mejor abandonar molinos eólicos que residuos nucleares).

Un descenso rápido implica:

1º Un descenso poblacional rápido (quiebra de sistemas de salud, guerras, epidemias…) pero no necesariamente más profundo.

2º Más riesgo de guerras atómicas o químicas masivas.

3º Menos caos climático y pérdida de biodiversidad y de funciones ecosistémicas (salvo guerras atómicas o químicas masivas).

4º Menos impacto sobre la biomasa (si el descenso es lento nos iremos a deforestar como locos, también si este es rápido, pero durante menos tiempo y con menos población).

5º No sufren tantas generaciones humanas pero será durísimo para las dos siguientes.

6º Menos riesgos de olvidar (la ciencia, la técnica, las razones que nos llevaron al desastre).

 

Carlos de Castro Carranza

 

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