Vivimos en un mundo dominado por una Civilización global que se cae en pedazos por motivos ambientales. Parece que los límites que nos impone Gaia son más poderosos que los límites que impondría cualquier “humanismo”, entendiendo por humanismo esa parte amable del ser humano a la que le perturba, profundamente, la enorme brecha abierta entre las élites y el resto de una humanidad diversa en el acceso a los bienes materiales.

Convivimos más de 7000 millones de personas en un ya estrecho planeta con la paradoja de que los extremistas religiosos que pretenden sembrar el terror en los centros de consumo de Occidente se comunican por internet y móvil y televisión como si esas tecnologías no fueran intrínsecas a la cultura que quieren desbancar (y que los “occidentaliza” también a ellos). ¿Cómo explicar al ”estado islámico” de Iraq el caos climático o la pérdida de biodiversidad? ¿Cómo explicar el pico del petróleo en los suburbios de Sao Paulo o en medio de las pandemias de ébola africanas? ¿Cómo explicar que no podemos ser más de 2000 millones de seres humanos en este Planeta sin caer en el ecofascismo o darse de bruces con las religiones mayoritarias?

Cuando hablamos de Colapso y Transición hemos de hacerlo en un mundo que es desigual en lo material y poco diverso en sus mitos profundos; con una buena parte de la población que ya está “colapsada” hace tiempo pero cuyo imaginario mayoritario es la sociedad de consumo. Una buena parte de la humanidad está así lastrada doblemente, por la parte privilegiada y por sueños imposibles.

Tememos además que las élites sean tan estúpidas de querer seguir adelante, dejando menos tarta de “recursos naturales” a repartir hasta que no les quede tampoco nada a ellos.

Esas élites restringen el acceso al mínimo bienestar material al 75 u 80% de la población mundial desde hace generaciones y van camino de hacerlo con el 90 o 95% de la población. Es una estrategia suicida. Una trampa social que tiene lógica cortoplacista.

Y es que las élites están sujetas a los mismos sesgos cognitivos que el resto de personas, pero a la vez padecen con más fuerza algunos de ellos, hasta el punto de que podríamos hablar de disfunciones psicológicas. El sesgo del Control es especialmente fuerte en ellos, así como el optimismo de clase. Pueden saber de la existencia del caos climático, pero siempre creerán que ellos irán si hace falta a la Antártida.

Sin embargo, necesitan a los súbditos por dos razones: porque alguien tiene que producir sus bienes materiales, y por su mayor disfunción psicológica: necesitan sentirse superiores, para ellos lo importante es que exista gente que consideran inferior, sin ellos, reconvertirían rápidamente a la parte inferior de la élite en súbditos.

¿Y si algunas élites se dieran cuenta de que su estrategia es suicida y decidieran ser más empáticos con la humanidad? Pues correrían el riesgo de convertirse rápidamente en súbditos de las élites que no quieran cambiar. Serían expulsados.

 

Durante el colapso se producirán revueltas, violencia y catástrofes, así que las élites tendrán miedo de los súbditos (aunque, como han hecho históricamente siempre, tratarán de que éstos luchen entre ellos por las migajas que dejen). Tanto miedo tendrán como el que nos producen los zombis de las películas. Así que tratarán de alejarse todo lo que puedan. Y eso será una oportunidad única para hacer una transición de civilización al margen de las élites y, quizás, para construir una cultura que impida el surgimiento de nuevas élites.

Esa nueva cultura deberá enlazar con la parte emocional y espiritual del ser humano a la vez que integra la parte más racional. Me explico: habrá que crear si es necesario nuevos tabúes -¿religiosos?- acerca de la concentración de poder. El líder, si existe, debe ser el que menos poder material tenga, el más pobre en nuestro sentido occidental de la palabra. El rico debe producirnos asco como tiende a hacerlo en nuestra cultura el pobre.

Si queremos construir una nueva Civilización con visos de sostenerse, no sólo será más frugal, más integrada con la naturaleza, más cooperativa en vez de competitiva, etc., sino que también será una cultura que impida la entrada de “tramposos” (el término que se emplea en biología), es decir, de las élites y su concentración de poder (en vez de “pobrecillos” exclamaremos despectivamente “miserables ricocillos”).

Y si alguien cree que eso del poder es intrínseco a la naturaleza humana (lo que creo que desmienten algunos matriarcados de la historia), entonces tendremos que evolucionar, si no, estaremos condenados, más bien pronto, a la desaparición como especie.

Carlos de Castro Carranza

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