Esta vez un microrrelato futurista y positivo, para aliviar un poco el triste invierno.


13 de febrero de 2114.

Como se acordó en las cumbres internacionales del nuevo siglo, los últimos barriles de petróleo se emplearon en los despegues de las naves espaciales. Aunque hacía décadas que no se ponían en órbita satélites y la teoría de la finalidad panespérmica* del ser humano todavía estaba en entredicho, se pensó que la mejor forma de compensar a la Tierra por todo el sufrimiento que los combustibles fósiles habían causado era emplear las últimas gotas en lanzar cochetes al espacio cargados de todo aquello que pudiera reproducir la vida. Semillas, algas, líquenes, células congeladas y sobre todo millones de esporas de bacterias fueron cuidadosamente encapsuladas y lanzadas en sucesivas oleadas desde Cabo Cañaveral. Los más espirituales creyeron sentir que durante unos meses una energía especial flotaba en el aire y el cielo tenía un azul más luminoso. Gaia respiraba aliviada: al fin tenía sentido haber alimentado durante tres tormentosos siglos la destructiva especie del homo sapiens tecnológico.

Marga Mediavilla

 

(*) La panspermia es una teoría (todavía no demostrada) que propone que el origen de la vida puede no estar en la tierra sino que podría haber llegado a ella a través de bacterias y otros microorganismos alojados en meteoritos. En realidad la idea del cuento se debe a mi compañero Carlos de Castro.

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