Estos días se celebra en Valladolid la feria internacional Expobiomasa 2025 que reúne a profesionales y empresas vinculadas con las tecnologías de la energía de la biomasa. En su inauguración, el consejero de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio de la Junta de Castilla y León, manifestó su entusiasmo por esta energía y confirmó el apoyo de la Junta a los proyectos de instalación de redes de distrito alimentadas por biomasa. Suárez-Quiñones afirmó que esta tecnología es capaz de proporcionar calefacción y agua caliente “totalmente sostenible” y que la extracción de biomasa hace a los bosques “más resistentes” a los incendios.

Este apoyo sin fisuras a la quema de biomasa forestal debería contar con un poco más de templanza por parte del máximo responsable de la gestión de los bosques de Castilla y León, porque, aunque solemos calificar de “energía renovable” a la biomasa, en realidad, no tiene por qué serlo.

La quema de madera solo puede considerarse sostenible si va acompañada de una gestión forestal responsable que limite la extracción al ritmo de regeneración natural de los bosques. Asimismo, la conservación de los ecosistemas forestales y su biodiversidad no es compatible con enfoques productivistas que reemplazan los bosques autóctonos por plantaciones de especies de rápido crecimiento.

El precio de los combustibles fósiles está animando a muchas personas a utilizar la madera como fuente de calor, pero, antes de pensar en instalar masivamente calefacciones de biomasa, debemos preguntarnos si nuestros bosques pueden soportar esta carga.

Hagamos algunos números: actualmente se extraen unos 15 millones de toneladas de biomasa de los bosques españoles, aproximadamente un 40 % se usa para materiales y el resto para energía. La regeneración natural ha sido superior a la extracción en las últimas décadas, lo que ha permitido que nuestros bosques se recuperen progresivamente del uso intensivo del territorio y de la expansión agraria que sufrieron durante siglos. En estos momentos, se generan unos 20 millones de toneladas de biomasa cada año. Esta es una situación muy favorable, porque se extrae menos de lo que se regenera, lo que permite el crecimiento de árboles maduros, la expansión de los bosques y el enriquecimiento de los suelos forestales.

Pero, si sustituyésemos todas las calderas de gas y gasóleo del país por biomasa, necesitaríamos aportar 3150 kilotoneladas equivalentes de petróleo que, considerando un poder calorífico de 17 MJ/kg y una eficiencia del sistema del 70%, requeriría unos 11 millones de toneladas de madera anuales. Al sumar este volumen a la extracción actual, se alcanzaría una demanda total cercana a los 26 millones de toneladas, bastante más que la actual regeneración forestal. Este cálculo es una estimación simplificada, pero pone de manifiesto que la quema de biomasa puede poner en peligro todos los esfuerzos que hemos hecho en el último siglo por conservar nuestra biodiversidad y proteger nuestros bosques.

Antes de lanzarnos alegremente a sustituir las calefacciones de gas por calefacciones de distrito de biomasa deberíamos preguntarnos muy seriamente cuánta madera se puede extraer. La Junta de Castilla y León tiene muchos expertos en las universidades de la Comunidad que pueden asesorarla a la hora de gestionar sus bosques sin caer en modelos de

plantaciones intensivas de una sola especie, que, bajo determinados modelos de gestión, son muy poco “resilientes” frente a los incendios forestales.

Los bosques desempeñan un papel fundamental que trasciende su función como sumideros de carbono: constituyen sistemas complejos que proveen servicios ecosistémicos esenciales para el sostenimiento de la vida. España es un país particularmente vulnerable a la desertificación, fenómeno que se ve agravado por la falta de bosques, ya que las masas forestales contribuyen a la estabilización del ciclo hidrológico mediante un mecanismo conocido como «bomba biótica» que atrae la humedad desde los mares al centro de los continentes.

Además, la biomasa es un recurso valioso que nos permite compensar la intermitencia de la energía solar y eólica y no debería utilizarse de cualquier manera. Antes de usar biomasa en una vivienda, por ejemplo, se debería mejorar la envolvente y aprovechar la energía solar que le llega directamente. La Junta no deberían apoyar únicamente proyectos de instalación de redes de calefacción de biomasa, sino planes integrales de ahorro energético en las viviendas que contemplen primero el ahorro y luego el consumo.

El Grupo de Energía, Economía y Dinámica de Sistemas de la Universidad de Valladolid llevamos diez años estudiando la transición energética y, en todos nuestros estudios, aparece la misma conclusión: la transición energética no es sólo sustituir la energía fósil por energía renovable. Es mucho más. Los combustibles fósiles nos han acostumbrado a unos niveles de consumo que son imposibles de mantener con energías renovables sin comprometer muy seriamente la sostenibilidad de la biosfera. Por ello, antes de sustituir una energía por otra debemos realizar una profunda reflexión sobre nuestras formas de vida y conseguir una sociedad mucho más eficaz en el uso de la energía. Sólo de esa manera se puede realizar una transición energética que no tenga desastrosas consecuencias sobre la biosfera y la sociedad en el futuro.

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