Dice mi amigo Pedro Prieto que últimamente la geografía de la guerra presenta una sospechosa coincidencia con la geografía del petróleo y el gas: Irak, Libia, Siria, Sudan… y últimamente también Gaza, en cuyas costas se descubrió hace poco un yacimiento todavía sin explotar. Y cuando la extracción de petróleo no está manchada por la violencia entre humanos está marcada por la violencia hacia la Tierra, como la de las técnicas de extracción extremadamente contaminantes de la fractura hidráulica y las arenas bituminosas.
A nadie le gustan las guerras ni la contaminación y es fácil repudiar los bombardeos, pero… no deberíamos olvidar que todos consumimos ese petróleo tan frecuentemente manchado de sangre. La crisis energética pone a nuestras sociedades consumistas en una difícil coyuntura: ¿qué vamos a hacer a partir de ahora con un petróleo cada vez más caro y escaso? ¿Seguiremos intentando acaparar como sea las últimas gotas de oro negro? ¿Aceptaremos la contaminación y la guerra por el petróleo como un mal necesario antes de renunciar a nuestra cultura del usar y tirar? ¿Seremos capaces de mandar a nuestros hijos e hijas al frente para poder llenar el depósito de nuestro coche, o se nos ocurrirá, antes de llegar a ello, que puede haber otras opciones?
Si queremos la paz tenemos que prepararnos para el descenso energético. Deberíamos estar ya cultivando la autosuficiencia a base de depender sólo de las energías que produce de forma sostenible el territorio en el que vivimos (las renovables) y de tener una forma de vida que sólo requiera la energía que podemos conseguir de forma razonable. Si no lo hacemos es muy probable que entremos en una espiral de empobrecimiento en la que cada vez paguemos más por la energía y tengamos menos capacidad de desarrollar alternativas, o bien en una espiral de guerra por los recursos todavía más perniciosa.
La buena noticia es que todavía estamos a tiempo. En Europa todavía los estados tienen capacidad de invertir en energías renovables, en transporte público y en fomentar una agricultura y una economía menos dependientes del petróleo. Gran parte de los europeos podemos plantearnos reformar nuestras viviendas para que consuman mucha menos energía o utilizar la bicicleta para movernos en la ciudad.
No olvidemos, además, que la guerra no sólo es un drama humano (incluso para los ganadores), la guerra por el petróleo consume mucho petróleo y es, en definitiva, una guerra en la que todos están destinados a perder. El petróleo se acabará de todas formas y quienes hayan sabido transformarse en sociedades más ahorradoras y eficientes, serán los únicos ganadores.
Dicen que el maestro Fukuoka, padre de la Permacultura, al visitar Israel comentó “¿cómo no va a haber guerra en este lugar? la tierra está completamente devastada”. Fukuoka pensaba que nuestra relación con la Tierra está teñida de violencia y ésta es la razón de la pobreza y la guerra. La violencia contra la Tierra es, además, una violencia estéril porque se vuelve contra nosotros y sólo nos sirve para empobrecernos. De esta forma entramos en el círculo vicioso de la codicia que sobreexplota el entorno y hace que los ecosistemas se deterioren y sean menos productivos, lo que, a su vez, conduce al hambre, la guerra y todavía más sobreexplotación.
Fukuoka hablaba de cambiar la mentalidad de guerra por una mentalidad de cooperación y armonía que desarrolla el círculo virtuoso del “suficiente”. Ser capaz de contenerse y no sobreexplotar el entorno lleva al equilibrio y esto beneficia tanto a los ecosistemas como a los humanos porque aumenta la fertilidad de la tierra y termina recompensado a los humanos con mayor abundancia.
Estas ideas de armonía y no violencia de Fukuoka pueden ser vitales para que en este siglo nuestras sociedades sepan escapar del desastre de la guerra por los recursos. La actitud del “suficiente” (es decir, ir poco a poco cultivando los valores del equilibrio y huyendo de la cultura de la insatisfacción y el “más y más”) es la única estrategia razonable para enfrentarse a este siglo XXI marcado por el pico del petróleo y los límites del crecimiento. No es imposible. Técnicamente todavía estamos a tiempo y tenemos muchas herramientas a nuestro alcance para vivir mas que dignamente utilizando muchos menos recursos, pero tenemos que empezar a hacerlo ya. No es una utopía proponerse como objetivo que nuestros hijos no tengan que experimentar los horrores de la guerra y puedan decir dentro de unas décadas: ¿sangre por petróleo? no, gracias, no me hace falta.
Marga Mediavilla