Últimamente, cada vez que escucho las noticias de la política española, me acuerdo de mi maestra de EGB y sus lecciones de historia. Recuerdo que había un periodo histórico sobre el que ella hacía especial hincapié: el colapso español del siglo XVII. Insistía en analizar los errores de aquel siglo en un intento de que poco a poco este país fuera interiorizando esos errores del pasado y esa historia negra de España no se volviera a repetir
Últimamente, cada vez que escucho las noticias de la política española, me acuerdo de mi maestra de EGB y sus lecciones de historia. Recuerdo que había un periodo histórico sobre el que ella hacía especial hincapié: el colapso español del siglo XVII. Probablemente intentaba que, al conocer los errores del pasado, esa historia negra de España no se volviera a repetir
Mi maestra nos hablaba de unos monarcas que se empeñaron en mantener una sangrienta guerra en Flandes para proteger el negocio exportador de la lana, en manos de grandes aristócratas. Nos contaba que, para ello, se desertizaron las tierras bajo el pastoreo excesivo de las ovejas y se talaron los bosques para construir navíos de guerra. Nos hablaba de esos reyes que protegían a nobles y religiosos mientras arruinaban con altos impuestos a campesinos y artesanos, quienes eran la base real de la economía. Recuerdo cómo mi maestra criticaba que, de forma completamente absurda, el oro de las Américas se empleara en importar manufacturas de otros países y en construir grandes iglesias con retablos dorados, en lugar de emplearse en impulsar la industria, como se estaba haciendo en otras naciones de Europa.
Parece que los intentos de mi maestra fueron en vano y no hemos aprendido gran cosa del pasado, porque, ante esta nueva caída del siglo XXI, nuestro gobierno está haciendo prácticamente lo mismo que los gobiernos de antaño. La antigua Mesta, cuyo negocio de la lana se defendió a costa de todo, recuerda demasiado a ese grupo de empresas constructoras, eléctricas y bancos a los que estamos defendiendo con sucesivos rescates pagados con dinero público. Los campesinos arruinados que soportaban todas las guerras del imperio recuerdan a los actuales trabajadores, familias, autónomos y PYMES sobre quienes ha caído toda la carga del “imperio-marca”. El corrupto y especulador Duque de Lerma parece haberse reencarnado en los políticos de la trama Gürtel y hasta las grandes iglesias con retablos de oro tienen su paralelismo en todos esos inútiles aeropuertos sin aviones y autovías sin coches en las que todavía, contra toda lógica, seguimos tirando el dinero.
¿Aprenderemos algún día? ¿Nos daremos cuenta de que, cuando llegan las crisis, no es a los grandes a los que tenemos que rescatar sino a los pequeños, porque ellos son la base real sobre la que se asienta todo el país? ¿Aprenderemos que no es la guerra y ni la imperio-marca-España la que nos salva sino el trabajo del pueblo, la empresa realmente productiva, los recursos naturales bien gestionados y el buen gobierno? ¿Aprenderá algún día este país de sus sucesivas burbujas o seguiremos soñando inconscientemente con ese imperio en el que no se ponía el sol?
Marga Mediavilla
lo basico en cualquier sociedad, lo minimo, lo esencial, lo necesario, es que una persona pueda ganarse la vida, en este pais hay seis millones de personas que no pueden ganarse la vida, eso no esta bien, otra cosa que esta muy mal es que esas personas que no pueden ganarse la vida esten viendo todos los dias a otras personas que (viven muy bien ), quizas no viven bien porque estan insatisfechas con el coche que tienen o la casa que tienen, o las amantes que tienen, desearian algo mas caro, la codicia es lo que tiene, que es algo insaciable, no se hasta cuando podra aguantar esto, pero de lo que estoy seguro es de que en algun momento estallara
Podríamos empezar por no identificar un país con el crimen económico organizado que dice gobernarnos. En ningún otro país los criminales juzgan a los jueces. Al menos parece que ya vamos perdiendo la inocencia. Confiar en la legalidad está bien, pero solo cuando la ley se atiene a unos mínimos de justicia.