Estamos en la siglo XXI, y en la postmodernidad “científica”, tras el fracaso de todos los demás sistemas socioeconómicos (qué memoria -y conocimiento- tan pobre tenemos en Occidente), se yergue entre las ruinas como una verdad monolítica el “No Hay Alternativas” (gracias, siempre, Margaret). En estos tiempos modernos, las decisiones ya no se toman por criterios políticos (o ideológicos, es lo mismo), sino por criterios “científicos”. Igual que la fuerza de la gravedad es para abajo a 9.8 m/s2, cuando los expertos independientes hablan que callen los hombres y deje de funcionar el sentido común si éste tiene la mala suerte de no coincidir con sus análisis objetivos, insesgados y reales.
Los ejemplos, en los últimos tiempos, se acumulan. A la larga lista de palabras desviadas de su significado original para desembarazarse de su potencial transformador o virtudes (desarrollo sostenible, austeridad, etc.) se añade ahora el vocablo «experto». En principio que los gobernantes se rodeen de expertos que les asesoren no puede sino ser una excelente decisión, al fin y al cabo un buen político no es aquel que sabe de todo sino aquel que sabe cómo tomar las mejores decisiones para la comunidad que gestiona. Pero…
Como (casi) todos sabemos, recientemente el Gobierno ha designado a dedo un grupo de expertos independientes para que sean ellos los que expongan LA solución al sistema de pensiones, y así el Gobierno sólo le quedará aplicarlo exclamando, “No lo decimos nosotros, ¡lo dicen los expertos independientes!, ¡No Hay Alternativa!”. Y es una estrategia de despiste e irresponsabilidad que, sin embargo, funciona. Claro que son expertos independientes, independientes del interés general sobre todo… (¡no entramos aquí en el fondo del asunto sino en la forma!)
Volviendo a temas más habituales en este blog, es interesante comentar brevemente el funcionamiento del “Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático” (IPCC). A pesar de que se trata de un programa que es identificado habitualmente en la calle como de investigación científica (es decir, llevado a cabo sólo por científicos), en realidad se trata de una construcción más amplia que incluye también a representantes políticos. ¿Qué quiere decir esto? Que durante la preparación de los informes, los gobiernos tienen margen para imponer ciertos criterios a los científicos. Esto no impide que luego las conclusiones y “recomendaciones para políticos” (qué ironía) que publica el IPCC sean consideradas como la voz de la “Comunidad Científica”. Pero puesto que la modificación de metodología e hipótesis implica diferentes resultados, volvemos a la historia con la que empezábamos este post.
Un ejemplo palmario es la implementación de los escenarios futuros del IPCC en los años 2000: sin entrar en profundidades, los gobiernos de USA, China y las petromonarquías del Golfo y demás miembros de la OPEP impusieron que todos los escenarios futuros no implicaran la aplicación de políticas adicionales; se trata curiosamente de los mismos estados que rechazaban (aún hoy) la aplicación de políticas de restricción de carbono (mercados o tasas) [Girod et al., 2009 realizan un interesante rastreo de las negociaciones]. Esto es, el mensaje que se transmite es, tras una labor de investigación muy buena, por un lado, que el Cambio Climático tiene un origen antropogénico y que es un problema gravísimo y de máxima urgencia para la humanidad (hasta aquí hablan los científicos), pero que se puede resolver sin políticas específicas… Un gran ejemplo sobre cómo desactivar las iniciativas de paliación del Cambio Climático. Los nuevos escenarios del IPCC se han enmendado en este asunto (al menos esa es la intención inicial), veremos cómo evoluciona el asunto.
También, recientemente, se ha hecho famosa la investigación de Reinhart y Rogoff, que en 2010 divulgaron un artículo, Growth in a time of debt (Crecimiento en una época de endeudamiento). No escribo más, sino que copio literalmente las palabras de Krugman que enlazan con lo anterior:
“El hecho es que Reinhart y Rogoff alcanzaron rápidamente un estatus casi sagrado entre los autoproclamados guardianes de la responsabilidad fiscal; la afirmación sobre el punto de inflexión se trató no como una hipótesis controvertida, sino como un hecho incuestionable. Por ejemplo, un editorial de The Washington Post de principios de este año advertía contra una posible bajada de la guardia en el frente del déficit porque estamos “peligrosamente cerca de la marca del 90% que los economistas consideran una amenaza para el crecimiento económico sostenible”. Fíjense en la expresión: “los economistas”, no “algunos economistas”, y no digamos ya “algunos economistas, a los que contradicen enérgicamente otros con credenciales igual de buenas”, que es la realidad.”
Lo que pone de manifiesto el asunto de Reinhart y Rogoff es la medida en que se nos ha vendido la austeridad con pretextos falsos. Durante tres años, el giro hacia la austeridad se nos ha presentado no como una opción sino como una necesidad. Las investigaciones económicas, insisten los defensores de la austeridad, han demostrado que suceden cosas terribles una vez que la deuda supera el 90% del PIB. Pero las investigaciones económicas no han demostrado tal cosa; un par de economistas hicieron esa afirmación, mientras que muchos otros no estuvieron de acuerdo. Los responsables políticos abandonaron a los parados y tomaron el camino de la austeridad porque quisieron, no porque tuviesen que hacerlo.
En resumen, “tengo unos expertos, pero si no me gustan tengo otros” o cómo (intentar) justificar la ideología con cobertura científica…
Iñigo Capellán Pérez
Referencias
[Girod 2009] < http://www.mikehulme.org/wp-content/uploads/2009/06/2009-girod-et-al-ipcc.pdf >
En el siglo XX convertimos a la ciencia en religión, así que no hemos de extrañarnos que se use políticamente. Los 12 expertos del gobierno no son científicos, ninguno, son los astrólogos del siglo XXI, diez economistas, un abogado y un sociólogo, 11 hombres y una mujer. Si está muy claro. ¿Qué no se entiende?
Los economistas ortodoxos (todos los que se mueven dentro de los parámetros del capitalismo) son astrólogos, como en las épocas en que éstos se unían al poder político y lo realimentaban. Como astrólogos no son científicos, ni siquiera sus premios Nóbel.
Y entre la ciencia más clásica, la que se hace por los científicos de la naturaleza, tampoco la cosa anda mucho mejor, éstos son astrónomos, si, pero muchos, como les pasaba a Brahe y a Kepler, tienen que ganarse favores y dineros haciendo también astrología.
Yo distinguiría dos clases de ciencia: la de la hormiguita, que llena las facultades de las Universidades públicas, esa que hace que el científico dedique 30 años al color de la cara inferior de un grano de arena, y la de la cigarra, que termina en los medios de comunicación porque es ciencia grande porque interesa a toda la sociedad y por tanto al poder político y económico, la ciencia del cambio (caos) climático, la del pico del petróleo, la de las energías renovables, la de la bioquímica farmacéutica, etc. La cigarra es mucho más importante y necesaria, al menos en tiempos de crisis de civilización, que la hormiga, pero, paradójicamente, como ciencia, la que hacen las cigarras suele ser pésima y son las hormigas las que hacen verdadera ciencia, aunque detraiga a cabezas inteligentes, de hacer cosas útiles a una sociedad en crisis.