En el Curso sobre los límites del crecimiento celebrado en la Universidad de Valladoli en el pasado mes de septiembre de 2011, después de escuchar a intelectuales como Carlos Taibo, Jorge Riechmann, Antonio Valero, Ernest García, Oscar Carpintero o Roberto Bermejo; la sensación que flotaba en el ambiente se resumía en dos palabras preocupación y urgencia.

Aunque, como decía Carlos Taibo, los medios de “incomunicación” silencian estos  temas y sus mensajes se resumen en frases como: “no es tan dramático” o “la tecnología inventará algo” y aunque, debido a ello, el conocimiento que el ciudadano tiene es escasísimo; la problemática que se trató en el curso es extremadamente importante para tod@s. No quedan prácticamente dudas de que nos vamos a encontrar, en esta mitad del siglo XXI, con el choque traumático de nuestra civilización contra los límites del planeta. Hemos colmatado ya los sumideros de contaminación y estamos agotando las fuentes de recursos que nos alimentan, y esto va a tener ya importantes  repercusiones económicas.

Tendemos a pensar en el medio ambiente como una especie de jardin que debemos cuidar por una cuestión ética, pero lo consideramos poco importante comparado con los temas “realmente serios”, como la economía y la industria. Este curso ha dejado bien claro que esta idea es falsa: el medio ambiente es nuestra huerta, nuestra mina y nuestra fábrica; es decir, la fuente de todas nuestras riquezas. Explotar los recursos de la forma que lo estamos haciendo es suicida, porque está poniendo en peligro el mantenimiento de eso que llamamos economía, tecnología y civilización en un plazo mucho más cercano de lo que creemos.

 El cambio climático es uno de los límites más conocidos, pero la otra cara de la moneda, el desconocido pico del petróleo, es todavía más apremiante. Roberto Bermejo nos hablaba de que la extracción mundial de petróleo se ha estancado desde 2006 y no es posible aumentarla aunque suba el precio o mejore la tecnología. La geología de los pozos maduros impide que se extraiga a más velocidad y, en esta misma década, la extracción, no sólo no va a cubrir la creciente sed de petróleo, sino que va a disminuir año a año. La propia Unión Europea, en un reciente informe sobre el futuro del transporte, habla de que en 2050 deberemos prescindir del 90% del petróleo que consumimos porque no lo habrá en el mercado. El resto de los recursos energético: gas natural, carbón y uranio, sufrirán el mismo estancamiento unos años más tarde, de forma que nos enfrentamos al pico de toda la energía global en esta década.

El petróleo y los recursos energéticos no son los únicos límites que están llamando a la puerta. Antonio y Alicia Valero nos hablaban de que hemos construido una electrónica cada vez más sofisticada a base de minerales extremadamente raros que ya están mostrando signos de agotamiento. Utilizar estos minerales de la forma actual, es decir: mezclándolos de forma que el reciclado se hace imposible, renovando los aparatos cada pocos meses y desechándolos en vertederos, es demencial. Es prácticamente imposible recuperar esos minerales desechados y son elementos con unas propiedades únicas que hacen posible, no sólo la moderna tecnología de móviles, consolas e iPods, sino cosas que el el futuro nos pueden resultar esenciales, como elementos para fabricar paneles fotovoltaicos y aerogeneradores. La actual abundancia de recursos es engañosa porque se ha basado en explotar minerales de concentración mucho más baja que los extraídos en siglos pasados, y esto sólo ha sido posible gracias a la utilización de mucha más energía. El pico de la energía hará mucho más costoso extraer todo tipo de minerales, y ya habremos perdido la oportunidad de reciclarlos, estarán en los basureros y muchos serán irrecuperables.

Las renovables son el futuro, porque no hay energías milagrosas e, incluso si alguna tecnología novedosa (como la fusión) llegara algún día a ser rentable, ya no va a llegar a tiempo para sustituir el declive de las fósiles. Debemos avanzar hacia un futuro de energías renovables, a pesar de que en muchas ocasiones sean obstaculizadas por lobbies cercanos al poder, como nos recordaba Ladislao Martinez; pero no podemos olvidar que ellas también tienen límites, como dejaban claro Carlos de Castro y Antonio García Olivares. Carlos explicaba que la energía renovable es la que utilizan los ecosistemas para todos sus procesos vitales. Interceptarla a gran escala tiene efectos sobre unos ecosistemas ya muy alterados; y no debemos olvidar que son esos ecosistemas (que menospreciamos y destruimos tan facilmente) de los que depende toda nuestra alimentacion y la estabilidad del planeta. Antonio nos hablaba de que algunas tecnologías renovables podrian servirnos para conseguir volúmenes de energía importantes, pero eso requeriría inversiones económicas muy exigentes que se asemejarian, durante 40 años, a una “economía de guerra”.

 Jorge Riechmann nos decía que no es el ser humano el cáncer de la biosfera, sino el capitalismo; y sobre todo el capitalismo financiarizado que hemos vivido estas décadas y que ha perdido todos sus mecanismos reguladores. Los estados han dejado de ser un contrapeso al poder del capital, al dejar de financiarse con impuestos para hacerlo con deuda y quedar a merced de los mercados de capital. Pero el capitalismo se basa en el crecimiento, como recordaba Margarita Mediavilla, porque la base del sistema bancario capitalista es el préstamo con interés, que fuerza al crecimiento económico y material. Si no somos capaces de cambiar la raíz del crecimiento, todos los intentos de encontrar una sociedad sostenible son vanos, como se ha demostrado estos casi 40 años desde que se hicieran los informes del Club de Roma.

Oscar Carpintero nos recordaba que la crisis económica ya existía antes de 2008 para millones de seres humanos excluidos, lo que ahora la hace diferente es que ha llegado incluso a las 1000 grandes empresas multinacionales que controlan la economía de planeta. Y tampoco debemos olvidar que los límites del crecimiento suponen un reto  para la clase obrera, que ha confiado en muchas ocasiones en el crecimiento para mejorar su situación.

Después de tres días de mensajes tan duros, la sensación de pesimismo que flotaba entre los asistentes al curso era difícil de contrarrestar, por suerte el cuarto día se lanzaron mensajes provocadores que invitaban a la acción. Carlos de Castro recordaba que esta civilización consumista y que choca violentamente contra la naturaleza no tiene futuro: es el momento de ir pensando en la próxima civilización, en sus valores, en su tecnología, en su política, en su agricultura y en su economía. Al fin y al cabo, como decía Jordi Pigem ¿merece la pena realmente esta sociedad que, a pesar de este inmenso derroche material, es capaz de dejar que todavía mueran de hambre seres humanos y ni siquiera consigue auténtico bienestar en las sociedades más opulentas?

Esta crisis nos debe servir para rediseñar todas nuestras actividades, desde nuestra  profesión a nuestra vida personal. Aunque la tarea parezca imposible, no queda duda que vamos a hacerlo, mejor o peor, porque el problema ha llegado ya. Contamos con una cualidad para ello, porque, como decía Ernest García, el ser humano, a pesar de no ser especialmente virtuoso, si una cosa ha demostrado, es ser una especie con una enorme capacidad de adaptación.

 Los colapsos no son sencillos, llevan aparejados grandes dosis de dolor, confusión, y turbulencias. Jorge Riechmann hablaba de la igualdad, la cooperación y el cuidado, como las tres virtudes que nos pueden ayudar a aminorar las consecuencias negativas de esta época. Yo añadiría cuatro más: democracia, empatia, creatividad y noviolencia, virtudes que el movimiento 15M está sacando a la calle.

Cada vez es más patente que no sólo nos enfrentamos a una crisis económica española o europea, sino a una crisis global y sistémica. Es preciso expandir la conciencia del enorme reto que tenemos delante, y es preciso hacerlo urgentemente. No podemos esperar a que los gobiernos den el primer paso, debemos empezar desde abajo. Es necesario, también, hacerlo utilizando la no violencia por bandera, puesto que la tarea fundamental no consiste hacer caer un sistema, que, de todas formas se cae él solo al chocar contra el planeta, sino en imaginar e ir haciendo realidad ese otro mundo posible. Posible, y sobre todo, ya ha quedado bien claro, inevitable.

 Margarita Mediavilla Pascual, noviembre 2011.

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