El pasado viernes 23 de enero recibí en Barcelona un premio sobre iniciativas docentes con alumnos universitarios en temas relacionados con la sostenibilidad.

Como dije allí: es genial que te premien por jugar con los alumnos.

Pero en realidad el juego esconde un tema muy serio.

Las instrucciones están aquí, y está descrito en un post que realicé para el blog de Antonio Turiel (aquí). Y en inglés la propia organización convocante publica un resumen.

Invito a cualquier docente (universitario o preuniversitario) a jugar con sus alumnos (puedo ayudar a distancia), incluso a cualquier persona a que se anime a jugar con sus amigos (se podría jugar en un blog, facebook, incluso se me ocurre que por whatsapp), solo hace falta un director del juego (para los aficionados al rol: un máster) y gente dispuesta a estar un poco pendiente durante varias semanas.

Mi propuesta recibió un cierto interés, como otras, por parte de los asistentes, en especial de un grupo de alumnos que se habían dejado caer por la ceremonia. A algunos les llamó la atención el juego en sí y a otros les llamó la atención que en mis cinco minutos de exposición hablara sin tapujos de la inevitabilidad del colapso de nuestra civilización.

Un alumno me dijo: «Nadie más rozó el tema entre los premiados [otros seis] y las exposiciones de los organizadores del evento [otras 3 intervenciones]».

Yo le pregunté si lo que dije le pareció exagerado o descabellado. Y su respuesta fue que lo que quería decir es que echó en falta que alguien más se hubiera acercado al tema.

Yo también lo eché de menos. Y eso que me encontraba muy cómodo entre el tipo de personas que estában allí (no recuerdo ninguna corbata), porque eran gente sinceramente preocupada por los temas de desarrollo humano y la sostenibilidad ambiental: la mayor parte de los otros premiados tenían estupendas y necesarias iniciativas sobre cómo llevar a los alumnos europeos a ampliar su mente y sus emociones ante temas de desarrollo humano; cosas reales y concretas -no juegos teóricos- en contacto con personas empobrecidas sea del Sahara o de Sierra Leona por ejemplo; son los héroes, casi siempre anónimos, de nuestra época.

Todos los que estábamos allí conocemos la gravedad del cambio climático, incluso las conexiones -como los años de sequía tremenda y sin precedentes de  los años previos al colapso de Siria que llevó a protestas fuertemente reprimidas y a la posterior escalada de violencia, o la escasez de agua en la ciudad de Sao Paulo que a más de uno nos asusta-. Todos hemos oído lo de la sexta gran extinción de especies y el colapso de poblaciones y ecosistemas uno tras otro, sabemos de la Huella Ecológica y del Índice del Planeta Vivo y nos preocupa no sólo el impacto sobre los animales sino la imposibilidad de un Desarrollo Humano al modo OCDE porque sencillamente es física y ecológicamente imposible. La mayoría, si no todos, sabemos de la crisis energética y han oído del pico del petróleo e incluso del pico de minerales, de agua dulce y de suelos. Y además conocen ejemplos locales que tratan de curar, frenando a duras penas, la sangría humana y ambiental (el ansia por petróleos que lleva a poner reservas naturales y pueblos indígenas al borde de la extinción, matanzas de ambientalistas en medio mundo, etc.).

Pero no conectamos los puntos… Y conectarlos estoy seguro que nos cambiaría a todos. Pero el ir empezando a conectar los puntos da mucho miedo.

Los alumnos se suelen «desesperar» con el juego Ecology, al ver lo difícil que es la organización social en un juego que saben que es mucho más sencillo y fácil que el mundo real. Creo que a algunos de ellos el juego les ayuda a conectar esos puntos; ese es el tema clave y mérito del juego.

Pero, eso sí, siempre tras un decrecimiento material o incluso colapso poblacional, aprenden y comienzan unas generaciones duras -en las que lo siguen pasando mal por las inercias- tras las cuales la cooperación entre ellos y el verdadero respeto a las leyes ecológicas quedan inscritas en el «hardware» de su nueva civilización. Aprenden tras el golpe.

Y rellenan mi esperanza.

Todo se realimenta.

Carlos de Castro Carranza

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