El día 29 de noviembre de 2021, en el marco de las actividades formativas organizadas por el Programa de Doctorado de Economía de la Universidad de Valladolid, algunos doctorandos tuvimos la oportunidad de acudir a una conferencia sobre Economía Ecológica impartida por el profesor Erik Gómez-Baggethun (Norwegian University of Life Sciences (NMBU)). La ponencia consistió en un excelente repaso por la situación actual de algunos de los objetos de estudio de esta escuela teórica, como son las raíces económicas del deterioro ecológico, la sostenibilidad fuerte y débil, el debate sobre la valoración ambiental, las perspectivas críticas a la gobernanza de mercado o el conflicto entre crecimiento y naturaleza.

Uno de los conceptos más estudiados por los economistas ecológicos ha sido el denominado conflicto economía-ecología. Sin embargo, Erik Gómez-Baggethun no considera que exista un conflicto inherente entre ambas disciplinas, y lo argumenta a través de un recorrido por la historia del pensamiento económico.

Entre los siglos XVI y XVIII, los fisiócratas ponían a la naturaleza en el centro del estudio de la economía. No obstante, no eran ambientalistas, sino que estudiaban la naturaleza porque esta era el principal elemento creador de riqueza dentro de las economías agrarias. Posteriormente, durante los siglos XVIII y XIX, los economistas clásicos también estudiaron la relación entre la economía y la naturaleza de muy diversas formas. Encontramos, por ejemplo, la tesis malthusiana que habla sobre los recursos finitos, el concepto de ruptura metabólica de Marx o la teoría del estado estacionario en un planeta finito de Stuart Mill.

Fue en los siglos XIX y XX, con la llegada de la Economía Neoclásica, cuando se dejó de considerar a la naturaleza como objeto de estudio de la economía. Esto ocurre en el momento en el que aparece la idea de sustituibilidad, que quiere decir que se reconoce como posible que el capital manufacturado pueda sustituir al capital natural. Esto, a su vez, se relaciona con una negación de la escasez – o una consideración de que tal escasez es perfectamente superable. Los economistas neoclásicos consideran que, siempre que exista una tecnología adecuada, se podrá hacer frente a la escasez de cualquier factor productivo, y poder así mantener el proceso de producción. A partir de aquí, el capital natural (o el factor tierra) desaparece de las funciones matemáticas de producción (véase la especificación de la función de producción Cobb-Douglas).

En este contexto aparece la Economía Ecológica, proponiendo un nuevo marco analítico que no solo recupere los elementos naturales como objeto de estudio de la economía, sino que considere a la economía como un sistema inmerso en la biosfera, y por tanto, sujeto a las leyes naturales que la rigen, como la ley de la termodinámica. En este sentido, es importante señalar que la Economía Ecológica es muy diferente a la Economía Ambiental, que también centra su estudio en la relación de la economía y la naturaleza, pero a través de enfoques mucho más cercanos a los de la economía convencional.

Dentro de la Economía Ecológica, tienen especial importancia conceptos como el de la entropía (segunda ley de la termodinámica) y el del metabolismo económico. El primer concepto explica que el proceso económico transforma recursos naturales de baja entropía a recursos de alta entropía, lo cual significa que estos recursos cada vez son menos aprovechables y están más degradados en términos de energía y materiales. El metabolismo económico alude a la contabilización de los flujos de energía y materiales asociados a una economía y, por tanto, pone encima de la mesa la cuestión de la escala de una economía, que nunca debería entrar en conflicto con los sistemas ecológicos de soporte.

También tiene especial importancia el concepto de desarrollo sostenible, que fue utilizado por primera vez en el Informe Brundtland, y que se podría definir como un desarrollo económico capaz de mantener un stock de riqueza no decreciente entre una generación y la siguiente. Sin embargo, este concepto no está lo suficientemente definido, y surgen algunos conflictos cuando se intenta operacionalizar. Aquí entran en juego las ideas de sostenibilidad débil y fuerte y de suistituibilidad, que tienen fuertes implicaciones a la hora de definir tal stock de riqueza. Según Erik Gómez-Baggethun, existe un sistema contable auto-legitimador que perpetúa que la Economía Neoclásica siga siendo la ortodoxia, en contraposición de las aportaciones de otras escuelas más heterodoxas como es la Economía Ecológica. Podríamos mencionar aquí el ejemplo del Producto Interior Bruto (PIB): el indicador por excelencia utilizado para medir el progreso económico, que sin embargo no tiene en cuenta elementos esenciales a tener en cuenta para caracterizar el bienestar de una sociedad, como serían la degradación de los recursos naturales o la creación excesiva de residuos.

Según el profesor, si la cuestión de la valoración ambiental es un debate hoy en día es porque existen algunos autores pertenecientes a la escuela de la Economía Ecológica que se posicionan a favor, mientras que otros se posicionan claramente en contra. Entre los primeros, destacan aquellos que abogan por valorar monetariamente los recursos naturales para poder incluirlos en análisis económicos como el análisis coste-beneficio, mejorando de esta manera la toma de decisiones. Dentro de la Economía Ambiental – que no debe confundirse con la Economía Ecológica aunque ambas estén en constante diálogo – también se han desarrollado muchas técnicas de valoración monetaria del medioambiente. Entre aquellos que se posicionan en contra o que al menos cuestionan de manera crítica estas técnicas de valoración ambiental se encuentran los que argumentan que es imposible llegar a valorar los elementos naturales a través de un único lenguaje de valoración o una única unidad de medida, como sería, en este caso, una moneda. En este sentido, se apela a la inconmensurabilidad de los bienes comunes y naturales, por la gran cantidad de valores que nos aportan (intrínsecos, estéticos, espirituales, sociales, ecológicos, culturales, etc.). Estos críticos abogan por propuestas valorativas que partan de aceptar la multiplicidad de valores y servicios que pueden aportar los ecosistemas.

Con respecto a lo que tiene que ver con la gobernanza, Erik Gómez-Baggethun nos habló del debate existente alrededor del principio de «quien contamina paga». Dentro de este principio existiría una peligrosa idea que ha sido criticada por varios autores adscritos a la Economía Ecológica, y es la de pensar que se puede contrarrestar el daño acarreado a sistemas ecológicos de soporte, básicos para la vida, a través de dinero. La gobernanza en este sentido buscaría desarrollar instrumentos de incentivación y desincentivación económica, que podrían ser útiles en algunos casos, pero que en otros muchos no sirven para compensar ciertos comportamientos que deberían atajarse de manera radical. La propuesta por los economistas ecológicos no va tanto por censurar o criticar incondicionalmente cualquier tipo de instrumento que vaya en este sentido, pero sí por ser cuidadosos y selectivos con estos mecanismos, ya que suponen una forma de mercantilización del medioambiente. Por lo general, la Economía Ecológica se posiciona en contra de la idea de dejar en manos del mercado y el sistema de precios la seguridad del medioambiente.

Con respecto a las alternativas y propuestas para hacer frente a la crisis ambiental, Erik Gómez-Baggethun también aboga por la precaución, ya que no todos los discursos son coherentes con los principios de la Economía Ecológica. Por ejemplo, si bien el discurso del crecimiento verde  reconoce que el sistema de producción y consumo está  causando fuertes estragos ambientales, las soluciones que propone están muy lejos de una verdadera aceptación y comprensión de los límites biofísicos de la economía. Este tipo de narrativa del Green Growth gana peso a partir de los años 80 de la mano del anteriormente mencionado Informe Brundtland. Desde esta década se observa, según Gómez-Baggethun, una clara presión por parte de los poderes fácticos para desarrollar una nueva narrativa de la sostenibilidad que sea compatible con la perpetuación del sistema capitalista y la lógica del crecimiento económico infinito. Se empezó a crear un relato, pues, que ponía a los pobres como foco del problema, argumentando que eran sus valores materialistas y consumistas los culpables del deterioro del planeta, mientras que los ricos, que ya habían alcanzado cierto nivel de posesión de riquezas materiales, tenían más capacidad para llevar a cabo conductas sostenibles y generar valores propios de una sociedad posmaterialista.

La Economía Ecológica siempre se ha posicionado claramente en contra del crecimiento económico – de la manía por el crecimiento, como lo llamaba Herman Daly – y ha reivindicado economías con una escala o tamaño que no choquen con la garantización del buen estado del medio natural. Muchos economistas ecológicos han criticado las tesis sobre las que se apoya el discurso del crecimiento verde, demostrando que se construye sobre falacias como la del desacoplamiento o la desmaterialización, que no son posibles de manera absoluta ni a escala global. En este sentido, es muy importante que los indicadores desarrollados para medir la sostenibilidad de los países sean coherentes con los principios de la Economía Ecológica. Así, la cuantificación del uso de los recursos naturales asociados a la producción económica, debe hacerse desde una perspectiva del consumo o demanda. De lo contrario, estaríamos atribuyendo injustamente responsabilidades a algunos países (por ejemplo, no se puede culpar a China de ser uno de los estados que más gases de efecto invernadero emite sin considerar que la gran mayoría de los bienes que allí se producen se consumen en los países occidentales).

El discurso político más coherente con los principios de la Economía Ecológica sería el del decrecimiento, que bebe también de los estudios realizados en el ámbito de la Ecología Política y el Post-desarrollo. El decrecimiento, como movimiento y como discurso, aún se enfrenta a fuertes dificultades para ganar espacio en el terreno político. Entre las razones que explican esto están las propias dinámicas del paradigma dominante y el deterioro de la ciencia en la era de la posverdad y el escepticismo generalizado. Es importante, según Erik Gómez-Baggethun, transmitir de manera clara que hace falta un cambio de paradigma, y que no tenemos que entender decrecimiento como sinónimo de recesión. Existen muchas medidas y propuestas políticas concretas que van por esta vía, como las reformas de las cuentas nacionales, el desarrollo de nuevos indicadores de bienestar, las reformas fiscales completas verdes, la renta básica y la reducción de la jornada laboral. En este sentido, la investigación económica aún tiene mucho que aportar.

 Paola López-Muñoz

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