Veamos dos gráficos con la perspectiva que da la historia.

El primero de ellos seguro que el lector lo ha visto alguna vez. Fíjese en las elipses de color que he superpuesto en el gráfico:

En la historia de los dos últimos siglos no ha habido sustituciones energéticas (no se remplaza la antigua energía por la nueva) sino que la nueva fuente comienza a crecer, y llega a un porcentaje significativo (>5%), en décadas durante las cuales la energía total consumida de las “antiguas fuentes” aumenta. Las infraestructuras necesarias para añadir la nueva energía necesitan de “infraestructuras” energéticas de las anteriores.

Los pasos históricos que la humanidad ha seguido tienen cierta lógica. El carbón es un sólido manejable como la leña y las máquinas de vapor que iniciaron la revolución industrial viajaban sobre travesaños de madera.

Tardamos 60 años en completar las infraestructuras que requería el despegue del petróleo. Los oleoductos que trasportaban el petróleo no fueron muy diferentes a los gaseoductos (estos más complejos, por lo que era “natural” que el petróleo tomara la delantera al gas (pero se pueden considerar a los “fluidofósiles”: petróleo y gas, como mellizos).

60 años después, nuestras necesidades de electricidad parecen ya plenamente establecidas y la hidroelectricidad y las centrales nucleares apoyan al carbón y al gas para esta nueva revolución energética. Sin embargo, la electricidad no despega (no llega a la quinta parte de nuestro consumo energético hoy), en buena medida porque tocan techo la nuclear y la hidroelectricidad, y los combustibles fósiles generan muchos problemas ambientales locales (lluvia ácida, contaminación atmosférica…).

El crecimiento energético espectacular de 1945-1970 se ralentiza después: las tensiones en el sistema se hacen obvias con las crisis del petróleo de los 1970, pero con OPEP o sin ella, no se podía seguir creciendo al mismo ritmo porque las nuevas energías se estancaron y los sueños hipertecnológicos no se hacían realidad (la fisión nuclear por reactores rápidos y la fusión nuclear se toparían con barreras de todo tipo que no se saltaron, la energía eólica y la fotovoltaica tendrían que esperar a otro turno, el sueño de Fuller de montar una red eléctrica mundial también se esfumaría). No es lo mismo convertirse en el 5% de la energía cuando consumes 50 Exajulios al año que cuando estás consumiendo 300, el planeta es finito y los sueños de conquistar la Luna se disiparon pronto también.

Si entre 1970-1980 y el 2030-2040 hay 60 años, el comienzo de la cuarta revolución energética (carbón, fluidofósiles y nuclear son las tres anteriores) tomaría su impulso dentro de 15-25 años desde hoy. Pero debería tomar su impulso de una tercera revolución que no tuvo éxito (la nuclear, la hidroeléctrica nacía muy limitada por problemas de flujo renovable) y lo que es peor, dentro de 10 años será obvio el descenso de los fluidofósiles y si este descenso se da en medio de un colapso civilizatorio que ya ha comenzado (como he defendido repetidamente), afectará también al carbón y la nuclear.

Parece imposible, desde el análisis histórico, hacer la revolución de las nuevas renovables (el sueño de Greenpeace y muchos otros bien-pensantes) porque el impulso se haría sin suelo firme (sería como necesitar batir el record mundial de salto de altura sobre una ciénaga).

Se necesitaría una revolución histórica en la geopolítica y en la economía en un espacio de tiempo tan corto que de nuevo la historia en el futuro encumbraría el hecho a Gran Revolución que dejaría en ridículo la revolución agrícola y la industrial (requirieron mucho más tiempo). Para hacerla se necesitaría una coordinación mundial en una especie de “estado de guerra” que, si fuera posible hacerlo, compraría casi todas las papeletas para generar un “imperio eco-fascista global”. Por tanto, esa Gran Revolución geopolítica requeriría también una Gran Revolución ética y solidaria para no ser peor el remedio que la enfermedad.

Hace 15 años escribí un librito titulado la Revolución Solidaria, como única vía posible, sigue de actualidad.

La encrucijada energética es terrible y podemos visualizarla aún mejor, a partir de una gráfica de Hansen et al. en la que se muestran los porcentajes de uso de las distintas fuentes energéticas (excluyendo la biomasa no comercial) a lo largo de nuestra historia reciente:

Es una encrucijada con todas las salidas cortadas:

En la última década, el carbón está en aumento en vez de en disminución (ayudando en el desastre climático), por el contrario el petróleo barato está en disminución con el consiguiente desastre económico a la vuelta de la esquina. Un crecimiento de las nuevas renovables llega tarde porque parte de una contribución pequeñísima (el rincón verde claro de la esquina superior izquierda) a no ser que las hiciésemos crecer hiper-exponencialmente (¿economía de guerra, ecofascismo?), pero ese sueño tecno-ecológico se daría de bruces con los ecosistemas, los suelos, el agua, los minerales y probablemente incrementaría aún más la desigualdad humana (la tecnología fotovoltaica es más compleja que quemar carbón en una central por lo que, paradójicamente, las élites tienen más fácil su control).

 

La solución (camino inevitable) es el adelgazamiento brusco del consumo energético, y si queremos que éste sea equitativo, por sentido ético o para evitar el colapso por desigualdad, el descenso del que hablamos en Europa será de más del 80% en unas pocas décadas y el de Norteamérica de más del 90%. Pero sin Revolución Solidaria y cambio de mitos, los súbditos (población del Sur), los consumidores del Norte (élites) y sus élites (élites de las élites) no van a pensar en otra cosa que no sea el Crecimiento (esa necesidad de Crecer está fuertemente ligada, como hemos visto, al mito del Progreso y al de la Voluntad de Poder –de doblegar/controlar al otro: sea la biosfera, sea el pobre, sea la mujer, etc-).

 

No he hablado de la no intercambiabilidad de las energías (el carbón no sustituye fácilmente al petróleo en el transporte), ni de la Tasa de Retorno Energético (menor para la fotovoltaica que para la gasolina), ni de la complejidad energética para un mundo complejo, ni de las realimentaciones desde otras variables hacia la energía.

 

El colapso energético es inevitable: Habrá que pensar desde ello:

¿Qué pasará con las cientos de centrales nucleares que necesitan un flujo continuo de electricidad para no explotar al estilo de Fukushima o Chernobil? ¿Y si no hay capital o estados fuertes para paliar esos desastres? ¿Cómo excluiremos las centenas de millones de hectáreas que deberían quedar sin presencia humana? ¿o simplemente asumiremos el coste de las mutaciones por radiación?

¿Qué pasará con los parques renovables cuando los inversores y otras estructuras complejas fallen y no haya técnicos o capital que los pueda reparar?

¿Qué pasará con el petróleo y el gas en aguas profundas que hoy sacamos con elevadísismas y costosísimas tecnologías? ¿cómo realimentará el colapso energético fósil así mismo y al resto de fuentes de energía?

¿Qué pasará con los bosques y la biodiversidad  del mundo cuando la biomasa, el carbón y la hidroelectricidad sean otra vez las fuentes básicas y casi únicas de la humanidad? ¿Con qué sustituiremos los plásticos, con madera? ¿Y nuestras ropas derivadas del petróleo, con lino y lana, es decir, con más biosfera?

¿Qué pasará cuando las guerras por recursos energéticos hagan colapsar los sistemas eléctricos de países enteros?

Tenemos estudios de los impactos y necesidades de adaptación de las subidas del nivel del mar de 50cm (aunque este siglo subirá con más probabilidad alrededor de un metro). ¿Dónde están estos otros estudios?

También necesitamos con urgencia los IPCC de la Ciencia del Colapso.

Todo se realimenta

Carlos de Castro Carranza

 

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