El pasado martes 3 visitó nuestra Escuela de Ingenieros Jorge Riechmann para impartir una conferencia titulada: «El final de las energías fósiles» dentro de un pequeño ciclo de conferencias titulado: «Durmiendo al borde del abismo«.
Me acerqué a escucharle no sólo por ser un amigo y un maestro de la idea y de la palabra, sino porque sinceramente me entusiama que sin tapujos organicemos en Valladolid ciclos con títulos así de claros.
Una de las primeras ideas que nos proporcionó fue precisamente el título de este post. Como genio de la palabra, Riechmann nos proporciona no solo una imagen que nos hace sonreir sino que, aunque nos lleva rápidamente a recordar a la vicepresidenta de las Cortes españolas, enseguida nos lleva a la idea de que estamos distraidos más que dormidos ante lo importante al tiempo que Crush es un término que se emplea para «presión destructiva», «colisión» o «estrujar». Así que la imagen que se me vino fue la de una persona adolescente conduciendo un coche descapotable jugando con el móvil mientras cae por un barranco… Vi a la sociedad peor que dormida, estúpida (al dormido se le despierta fácilmente, el estúpido lleva más tiempo).
Y con esa imagen y «jugando» entre la afirmación de que evitar el colapso de la civilización requiere medidas urgentes e inmediatas y la idea de su inevitabilidad Jorge fue capaz de navegar entre dos aguas.
Las dificultades para evitar el colapso las redujo a dos contradicciones fundamentales:
1ª las medidas urgentes e inmediatas que se necesitan no son solo en los aspectos tecnológicos sino especialmente en los aspectos socioeconómicos y políticos, pero estos son de ritmos muy lentos (se necesitan incluso siglos para cambios políticos fundamentales, por ejemplo). Nos proporcionó otra imagen de Weber: «la política es como tatar de perforar una gruesa plancha de acero» (yo añadiría que con un punzón manual).
2ª Nuestras sociedades desean (volver a) la socialdemocracia. Un sueño irrealizable biofísicamente que en cambio tienen partidos vistos como «radicales de izquierdas» como Syriza o Podemos [yo diría que vistos por los políticoss que juegan al Candy Crush figurada y realmente].
Tras estas dos ideas, sobre todo por la primera, Jorge nos mete la idea de que el colapso es ya inevitable, pero vuelve a la duda y se pregunta si «¿Tenemos tiempo?». Su respuesta vuelve a impactar: Al menos intentemos «colapsar mejor». Aunque la trayectoria es de colapso, este no es necesariamente apocalipsis. [yo diría que ya no tenemos tiempo para hacernos preguntas sobre si tenemos tiempo].
Jorge, tranquilo, define el colapso (al modo que he leído también a Durán y Reyes en su «La espiral de la energía«) como reducción rápida de la complejidad de la sociedad quizás acompañada de una reducción de la población [yo eliminaría el quizás también aquí].
Y vuelve luego a recordarnos lo mal preparados que estamos para lo que nos viene (dormidos, jugando). [De hecho aunque no lo dice explícitamente, este es un factor de colapso, el más importante porque es el que lo convierte en inevitable]. Jorge nos recuerda la desconexión entre la economía y la realidad física, nuestros sesgos cognitivos (por ejemplo la visión de corto plazo del futuro) y los prejuicios culturales [léase mitos culturales]. Para este caso, en vez de hablar de tecno-optimismo nos regala la palabra que lo atrapa casi todo: «tecnolatría», y remarca que es uno de los mayores impedimentos para la realización de los cambios hacia colapsar mejor. Esa fe irracional en la tecnología nos la muestra con un ejemplo: el 92% de encuestados españoles piensan que es necesario reducir drásticamente los combustibles fósiles, pero solo el 24% piensa que esa reducción puede generar crisis económica o energética (esa disonancia cognitiva solo se salva por la creencia en que alguien hará lo que sea necesario para impedirlo [aunque ese alguien al mando esté en realidad jugando al Candy Crush] como las renovables, la nuclear o algún milagro tecnológico que intereses oscuros están frenando).
Ante ese panorama de colapso, existe la tentación de tirar la toalla, del carpe diem o del éxodo (me voy al campo a una comuna), pero ninguna de esas salidas son viables ya que no existen ya zonas de refugio (nos pone el ejemplo de las centrales nucleares que pueden convertirse, durante el colapso, todas ellas en «Fukushimas» -[podríamos hablar del caos climático o de la 6ª gran exinción también]-). Además, es moralmente irresponsable -en referencia a los del éxodo- abandonar a la gente (aclarando que si las iniciativas comunales se hacen como semilla sí serían válidas).
Jorge sigue navegando entre dos aguas [se le escapa de vez en cuando «posible colapso» en vez de «inevitable colapso»] hasta que llega al siempre tan esperado «¿Qué hacer?» [para colapsar mejor se entiende].
Y nos regala dos ideas:
1ª quitarnos la venda, despertar ante el abismo, dejar de jugar al Candy Crush [recordemos que la «lucha» no es entre el 1% rico y el 99% restante -que movilizó el 15M o a Podemos- sino entre el 1% despierto y el 98% que hay que despertar]. Esa concienciación que llevamos décadas sino milenios tratando de llevar a cabo.
2ª nuestras estrategias deben ser más complejas; ahondando simultáneamente tres temas:
- prever y prepararse para oleadas de desencanto (e incluso tendencias a neofascismos) [claramente una lucha imprescindible para poder colapsar mejor] [frente al pesimismo que será inevitable en un mundo en el que hay que des-arraigar los mitos del progreso tecnológico-material, el mito del hombre darwinista-competitivo y la tecnolatría, sustituir esto llevará siglos, por lo tanto ese pesimismo existencial necesitará ir incorporando nuevos mitos y quizás diosas]
- potenciar vínculos sociales, de cuidados, de cooperación [la Revolución Solidaria, vaya]
- operar con estrategias duales (varios planes simultáneos porque no aceptaremos todos las anteriores vías)
Precisamente llevo un tiempo dándole vueltas a esta última idea.
Jorge trata de aclararla con la analogía del Titanic [que tanto me gusta y utilizo]. Para Jorge quizás podemos evitar parte del choque -que este no sea tan grave- a la vez que preparamos los botes salvavidas y construimos más botes con la madera de los camarotes. Para Jorge técnicamente se podría evitar el choque pero no social y políticamente (que como mucho evitaría la mayor gravedad del choque o de sus consecuencias). Jorge por tanto, admite las estrategias «socialdemócratas» mientras vamos despertando por una razón fundamental: no es lo mismo colapsar con los liberales en el poder que con los socialdemócratas. No es lo mismo hacerlo con el PP que con Syriza o Podemos. Bien claro y valiente nos lo deja.
Como esa estrategia me genera muchas dudas, en el turno de preguntas doy una opinión y pregunto.
Mi opinión ya se conoce aquí: el colapso es inevitable (incluso lo es técnicamente porque la tecnología no se puede desligar de la sociedad-cultura, separación típica del mito del progreso para así verla como algo neutral en el peor de los casos y en el fondo intrínsecamente buena, la prueba además es que decimos que la tecnología que evitaría el colapso necesita palancas -una máquina- sociales, económicas y políticas muy diferentes a las que tenemos ahora). Aunque no lo digo en la sala, de hecho estoy convencido de que hablar del «posible colapso» en vez de su inevitabilidad, se termina convirtiendo en un clavo ardiendo para mucha gente, impidiendo paradójicamente «colapsar mejor» -mucho más que el problema del desencanto y pesimismo que conlleva en mucha gente saber que vamos a colapsar- (vuelvo luego a esto al final de este post).
Mi pregunta a Jorge fue:
¿Si sabemos que la línea «socialdemocracia» es irrealizable -y sabemos que los Juan Carlos Monedero lo saben-, no es tratar inmaduramente a la sociedad? (Jorge citó a Mondero con su «con un discurso de decrecimiento no se ganan elecciones»).
La respuesta de Jorge estaba cargada de razón: «es que vivimos en una sociedad infantil» (lo que era obvio tras saber que estamos sonámbulos jugando al Candy Crush). Quizás necesitaba que alguien me lo recordara tan contundentemente. No es una cuestión solo moral, sino una realidad. La madurez social requiere tiempo -que no disponemos-, por tanto, hemos de hacer lo posible por que madure, sí, pero también hemos de tratarla como lo que mientras tanto es (la estrategia dual [realista-utópica] que defiende Jorge).
Pero Jorge nos dio otro ejemplo, esta vez relacionado con Javier Marías, quien dijo que le resultaba difícil tener presente el tema del cambio climático porque reconocía que no iba con él sino con generaciones del futuro.
Este ejemplo abrió un hilo en mi mente que enlazó lo que había venido diciéndonos Jorge con un tema que ando pergeñando desde hace tiempo: Ese egoísmo de Marías en el fondo no es diferente al que sienten los «desencantados», los que dicen de nosotros, los colapsistas, que somos pesimistas y que trasladamos pesimismo que lleva al tirar la toalla, el carpe diem y el éxodo. Si es así, todos esos que tiran la toalla, carpe diem y emigrantes preparacionistas son el el fondo «Marías». Y como egoístas les digo que se las apañen con su pesimismo mientras trato de explicarles porqué yo no lo soy y ellos no lo tendrían porqué ser (ni egoístas ni pesimistas).
Pensar en el 2100, algo típico cuando se piensa en el cambio climático (en parte porque los modelos y escenarios del IPCC y de los climatólogos terminan en el 2100 casi todos e incluso en el 2300) ahora significa en realidad empezar a pensar en la construcción de la siguiente civilización. Que la nuestra colapse mejor, no significa para mí que seamos capaces de mantener nuestra civilización transformada y menos compleja con quizás algo menos de población; para mí colapsar mejor es pensar en la siguiente civilización/es, y qué bases y mitos van a tener. Importa menos el drama que vamos a vivir que el futuro de las siguientes generaciones. En la Francia o Polonia invadida por Hitler no pensaban en cómo adaptarse a la ocupación nazi sino en cómo vivir después de la ocupación, aunque oponerse a los nazis en vez de adaptarse-transicionar supusiera un drama a corto plazo mayor -y muriera más gente en ese plazo-. Franceses y polacos lo tenían más fácil, porque tenían esperanza de ser ellos mismos los que volvieran a un estado anterior, algo que ya nos está vedado (y nadie querrá dentro de tres o cuatro generaciones humanas). El no egoísmo ahora es en realidad luchar porque las generaciones que construirán nuevas culturas humanas (dentro de siglos) tengan vidas dignas y adaptadas a la biosfera, pese a que yo, mis hijos e incluso nietos ya no podamos. Luchar ahora significa ir des-arraigando nuestros mitos del desastre, tratar que no se olvide a dónde llevan e ir imaginando en medio del caos qué mitos nos harían sostenibles a la vez que humanos.
Carlos de Castro Carranza.
PD: por supuesto las ideas vertidas aquí son mis interpretaciones y pensamientos inspiradas en la conferencia de Jorge Riechmann, si el lector detecta algo que le parece exagerado, equivocado o una tontería, lo debe achacar a mí y no a Jorge.
Y ¿habeis grabado las conferencias para los que estamos en «el quinto pino» (y no el de Madrid precisamente . . .)? Gracias por todo.