El cuento de Juan y el lobo

Un cuento de ovejas, lobos negros y pastores revolucionarios con un final indignado

Juan cuidaba su rebaño, cuando, un día, vio venir a lo lejos, muy lejos, un lobo negro. Se dio cuenta enseguida de quién era ese lobo. Cuando le contó a su padre D. Perfecto la extraña visión y cómo temía que el lobo se comiera todas sus ovejas, su padre se rió de él.

Juan, he estado días oteando el horizonte y yo no veo nada en absoluto. Ese lobo que tú ves no existe, no hay escasez de petróleo, convéncete. Mira, ya sé que dices que tenemos que cambiar de modo de vida, cambiar de raíz esta sociedad consumista que parece tan contradictoria, pero no tienes razón. Esta sociedad que a ti te parece tan despilfarradora es la que permite que tú tengas una educación mucho mejor que la que mi padre pudo darme en toda su vida, una casa decente, una alimentación que hace que no hayas conocido ni un solo día de tu vida el hambre que yo pasé en mi niñez. El consumo es necesario para que la economía crezca, tenemos que trabajar todos y arrimar el hombro para que el sistema económico se mantenga y no caigamos en la recesión y el desempleo. Ya se han probado otros sistemas económicos como el comunismo y sólo han conseguido multiplicar la pobreza y la tiranía. Ya sé que es difícil de entender este sistema consumista a veces, pero las reglas de la economía no parecen lógicas a los profanos.

Su abuela Modesta estaba de acuerdo con Juan. Yo ya no veo bien de lejos, hijo, pero en mis tiempos no se tiraba nada, todo servía para algo, y yo no entiendo esta forma de vida de ahora: se compra un plato de plástico para tirarlo al día siguiente, se te hace un roto en un jersey y tiras el jersey, te cansas de los zapatos y los tiras a la basura. Eso no puede ser bueno, no señor, no es fundamento, el ahorro es una virtud. Además yo no entiendo las razones de tu padre, a mi me parece que si sacas petróleo y no metes nunca, un día se te queda vacío el cántaro. ¿Para qué hace falta tanto coche, tanto comprar sin necesidad? No está bien derrochar las cosas, si no se necesita no se gasta.

Juan reflexionaba una y otra vez sobre aquel lobo que veía en el horizonte, sentado solo en su roca. Los amigos empezaron a rehuirle, estropeaba todas las fiestas, siempre hablaba de lo mismo. Empezó a adoptar extrañar costumbres como ir en bicicleta para no gasta gasolina, calentar su casa con extraños artilugios solares, comprar pocas cosas y plantar árboles. Todo ello desagradaba a sus amigos. Su actitud moralista era muy mal recibida ¿qué se creía Juan?¿que era mejor que ellos?¿podía estar todo el día amargándoles la fiesta y haciéndoles sentir culpables de todos los desastres del planeta?¿no tenía ellos suficientes problemas para aguantar a Juan? Además las predicciones catastrofistas de Juan nunca se cumplían. Era cierto que las fiestas consumistas dejaban los campos llenos de basura, pero luego mal que bien lo terminaban barriendo. Los bosques y los ríos iban perdiendo parte de su belleza, porque las basuras terminaban asomando, hacía más calor y las tormentas eran más frecuentes, pero todavía quedaba mucho campo. Y, además, ya habían pasado varios años y el lobo aquel de Juan solamente lo veía él.

Pasaron los años y, cuando todo el mundo se había olvidado del lobo, una extraña sombra empezó a aparecer por los campos. De repente todo empezó a ser más caro: el pan, la gasolina, el pescado, la leche. Empezó a hablarse de crisis. Las cosas empezaron a ponerse muy mal y nadie sabía por qué: la crisis parecía no terminar nunca, el paro no hacía más que crecer, el trabajo era precario y mal pagado, y, a pesar de todo, los hombres de los pueblos vecinos seguían viniendo a nuestras costas muertos de hambre.

También aparecieron extrañas guerras. Era complicado entender por qué había que invadir los países que producían petróleo, si todo el mundo decía que había suficiente para muchos años y, cuando se acabase, los industriales y los científicos tenían guardado en un cajón un aparato que resolvería todos los problemas y sacaría energía del agua.

D. Perfecto empezó a reflexionar y llegó a la conclusión de que su hijo tenía razón. Había estado engañado todos estos años: el lobo existía, ya empezaba a verlo, y además, ¿cómo había podido ser tan iluso? los lobos siempre están detrás de las ovejas ¿cómo se había podido dejar engañar tan tontamente? Además se enteró de que no había ningún invento milagroso escondido en el cajón. Todo lo que tenían era algunos planos de inventos solares, parecidos a los de Juan, pero llevaría años convertirlos en la maravillosa fuente de energía que era el petróleo. También habían estado años investigando en cómo sacar energía del agua, pero, después de gastar millones, no lo habían conseguido y decían que les llevaría otros 40 años, mientras el lobo estaba ya ahí, muy cerca del pueblo.

El lobo…¡los lobos! porque había más de uno. Al lobo petróleo se sumaba el lobo bosques, el lobo agua, el lobo biodiversidad, el lobo colapso de pesquerías, el lobo desierto, el lobo contaminación y cambio climático. ¡Había una manada entera de lobos esperando caer sobre ellos!

Las comodidades y los avances que tanto valoraba D. Perfecto estaban en peligro, la codicia de este sistema económico había consumido en una gran fiesta el preciado tesoro fósil y todos los recursos. No podían confiar en su deslumbrante tecnología, la tecnología había sido posible gracias a la energía barata, sin ella iba a ser mucho más penoso destinar tanto dinero a investigación, a extraer metales raros y a hacer sofisticados mecanismos. Además, ni siquiera se había investigado en lo realmente importante. Les habían llenado las casas de deslumbrantes y novísimos teléfonos móviles, GPS’s, televisores de plasma y videoconsolas de última generación y no se habían ocupado de lo fundamental, de lo más importante: de cómo conseguir la energía para mover todos aquellos aparatos. Ahora había que empezar a desarrollar esa tecnología realmente útil a marchas forzadas, cuando ya todo era más caro, más difícil y más costoso. ¿Cómo podía estar todo tan mal pensado?

D. Perfecto lo veía muy claro ahora. Para ser un recto ciudadano, como había intentado ser toda su vida, debía romper con el sistema, cambiarlo, regenerarlo de raíz. La democracia, la educación, la paz, la agricultura y la industria debían salvarse y eso sólo era posible matando al consumismo.

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El final de esta historia todavía no está escrito. Puede que los amigos de Juan empezaran a volverse belicosos, y se obsesionaran con los inmigrantes y los rojos. Sus fiestas debían mantenerse, costase lo que costase, y si no se podían hacer, sin duda, la culpa era de los extranjeros que les robaban. ¿De quién iba a ser si no? En los medios de comunicación nunca se hablaba del lobo, había mil excusas: China, Irak, Irán, Libia, los inmigrantes, los impuestos, el gobierno, la crisis…

Puede que D. Perfecto empezase a recibir insultos y ataques, precisamente de aquellos amigos de Juan a quien él había educado para ser buenos ciudadanos. Su campaña política «menos es más» ganaría algunos tímidos apoyos, pero pocos; casi tod@s eran adictos a las fiestas consumistas, no lo entendían, no escuchaban siquiera, sólo querían su droga.

Puede que Juan recibiera cada vez más insultos, y no pudiese hablar en la plaza del pueblo. Quizá juntase unos cuantos amigos para convencerles de hacer una granja a salvo de los lobos, aislada del resto, con unas cercas bien grandes, y un día decidieran marchar bien lejos…

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Pero el final de esta historia todavía no está escrito y …quizá, un día, no se sabe muy bien por qué, una brisa húmeda y fresca empezara a aparecer por las calles…… Puede que los ciudadanos empezasen a salir de su letargo y a darse cuenta de que les estaban engañando, de que se estaban dejando engañar. Puede que empezasen a tomar la costumbre de salir a la plaza con sus vecinos a buscar soluciones, sin escuchar el “no hay otro mundo posible” de la televisión. Puede que floreciera la cultura, el pensamiento, la verdadera política, la ética. Quizá, contra todo pronóstico, la sociedad, ante los límites al crecimiento, no reaccionase con violencia, sino con serenidad y hasta un cierto alivio. El antinatural consumismo se resquebrajaba y eso era recibido con valentía por una juventud sedienta de valores de verdad. Puede que, de repente, todo el mundo tuviera ganas de moverse, de hacer cosas, de crear, de buscar un mundo nuevo y mejor.

Quizá se fueran a buscar a Juan y Juan volviera al pueblo y les enseñara que no era sólo energía lo que necesitaban, sino nuevas formas de convivir, de hacer política, de saber lo que uno necesita realmente en la vida; y, sobre todo, nuevas formas de relacionarse con la tierra, de cultivarla, de mantener la salud. Quizá los conocimientos de Juan empezaran a germinar, como semillas que habían aguantado bajo tierra muchos años de sequía.

Rápida pero tranquilamente, es posible que la sociedad se fuera transformando y nadie se asombrase cuando, a los pocos años, el partido de D. Perfecto ganase las elecciones y la alianza global del “menos es más” fuera estableciéndose en todos los países del mundo. En poco tiempo habían cambiado tanto las cosas que parecía natural que los viejos oligarcas de la globalización y el mercado no tuvieran nada que decir. Puede que todo evolucionara muy rápido, que todo aquello tan inamovible cambiara radicalmente en muy pocos años, quizá nadie supiera muy bien cómo sucedió.

Margarita Mediavilla

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